(Fernando Molina, Especial para Infolatam).- «…La ilusión de crear una sociedad justa y la ambición de beneficiarse con una porción de la riqueza infinita del país llevaron finalmente a Morales al poder. ¿Lo sacarán también de él? Como un aprendiz de mago que no puede controlar las fuerzas que ha desencadenado, hoy el líder ve cómo la ola de las demandas redistribuidoras se dirigen contra sí mismo y su Gobierno.»
Evo Morales, si no precisamente despertó, contribuyó significativamente a despertar las enormes fuerzas que han reconfigurado la sociedad boliviana estos años. Alentadas y representadas por él, las multitudes echaron abajo las antiguas instituciones políticas (incluyendo a las élites que en ellas operaban), con la ilusión de crear un nuevo orden económico que las beneficiara directamente. Por eso este nuevo orden está abocado, según reza la Constitución que lo instauró, a la “redistribución permanente” de la riqueza existente. Tal es su alfa y omega. Tal es el objetivo que justifica todo lo demás: desde el enorme crecimiento del Estado, hasta la acumulación de poder en manos del Presidente, el Gran Redistribuidor.
Evo tiene la personalidad ideal para haber cumplido este papel instigador. Ha dicho que le parece increíble que Suiza esté más desarrollada que Bolivia, cuando ésta última es la que cuenta con los recursos naturales. Lo atribuye al robo sistemático del patrimonio nacional por parte del neoliberalismo. Estas declaraciones muestran que se halla desprovisto del sentido de las proporciones.
Cuando luchaba contra los anteriores gobiernos, que por dos décadas mantuvieron el orden en las finanzas públicas, Evo alentó cada demanda de sus “movimientos sociales”, sin importar en qué consistiera. Hacer campaña con consignas irreales (que a él le parecen moderadas) y dar lucha también es algo que se le da muy bien. Alentó, por ejemplo, a los grupos indígenas a delimitar y apropiarse de unos territorios considerados “ancestrales”, y a exigir compensaciones por las explotaciones petroleras que se efectuaran dentro de ellos. Y hasta ahora mismo sigue prometiendo partir y repartir la tierra, como si Bolivia todavía fuera virgen (cuando la realidad es que ya se encuentra totalmente ocupada).
La ilusión de crear una sociedad justa y la ambición de beneficiarse con una porción de la riqueza infinita del país llevaron finalmente a Morales al poder. ¿Lo sacarán también de él? Como un aprendiz de mago que no puede controlar las fuerzas que ha desencadenado, hoy el líder ve cómo la ola de las demandas redistribuidoras se dirigen contra sí mismo y su Gobierno. Acaba de criticar a las ONG que “hacen negocio con la pobreza” e incitan a los indígenas a resistir el proyecto de explotación petrolera de la amazonia, adoptando una posición que recuerda mucho la del aborrecido Alán García en el último conflicto de Bagua, en el que sin embargo Morales apoyó la reivindicación de una amazonia sin petroleras. Pero su peor problema no es éste, sino la lucha en distintos puntos del país de los campesinos sin tierra por pedazos de los territorios indígenas que el Estado, por presión de la izquierda, ha titulado a lo largo de las últimas décadas. En el peor de estos sucesos, el Presidente tuvo que reprimir a una parte de sus “bases” y salir del mal paso prometiendo que dará tierra a estos campesinos en otros sitios. Pero eso no será fácil, en especial si se considera que las solicitudes indígenas de tierra (que son las que constituyen la prioridad del Gobierno) ya aspiran a ocupar como la mitad del territorio nacional.
Y aunque Evo haya creído sinceramente que los pocos miles de millones de que puede disponer el Estado cada año son suficientes para todo y para todos, ya comienza a comprender –enfrentándose a los discapacitados y enfermos renales que pretenden recibir una renta estatal– que tal vez el dinero se agota. (La política populista de Hugo Chávez resulta irrepetible porque el subsuelo de Venezuela también es único).
Si este cuento tiene moraleja, ésta tiene que girar en torno a la declaración que hizo hace algunas semanas el presidente de la petrolera estatal, YPFB, quien deploró que los indígenas pidieran compensaciones económicas “desmesuradas” a las empresas petroleras privadas que hoy trabajan para el Estado boliviano (compensaciones de millones de dólares que, dicho sea entre paréntesis, los dirigentes indígenas gastan sin ningún control oficial). ¿Qué separa lo razonable de lo “desmesurado”, entonces? La ocupación del poder, claro. Antes lo único que había que hacer era pedir. Ahora, en cambio, hay que pagar. La verdad reverenciada se convierte así en cuestionable: una cosa era extorsionar a las empresas privadas y a los gobiernos neoliberales, otra es hacer lo mismo con el Estado y el “gobierno del cambio”. Pero los pobres, educados en la prédica del pasado, no alcanzan a ver la diferencia. Son como fuerzas elementales que ya están en marcha, y que será muy difícil parar.