¿Cómo es posible que Cristina Kirchner ganara en octubre de 2007 con el 46% de los votos y mayoría absoluta en ambas cámara y que 10 meses después tenga sólo el 20% de apoyo y sus diputados y senadores se le subleven? La respuesta es un estilo de gobernar marcado por la prepotencia, el autoritarismo, la polarización y el nacionalismo trasnochado que exasperó a los grandes centros urbanos y que acabó enfrentándose también con las provincias del interior.
La derrota de los Kirchner en el Senado supone un golpe demoledor para el modelo de gobierno kirchnerista. Un modelo de gobierno que han compartido Néstor Kirchner y su sucesora y esposa, Cristina. Un modelo caracterizado por la creciente acumulación de poder en la Casa Rosada, la prepotencia, el autoritarismo, la polarización y el nacionalismo setentista.
Kirchner llegó en 2003 a la Casa Rosada con menos del 25% lo que lastró sus primeros años y le creo un síndrome de acumulación de poder, que él suponía que no tenía. Néstor fue cooptando rivales (Hugo Moyano), ganando aliados (Roberto Lavagna) y destruyendo a opositores internos (Eduardo Duhalde) o externos (Carlos Menem). El «asesinato» de su padre político (el expresidente Duhalde) en 2005 marcó el triunfo de kirchnerismo y le consagró como eje del poder argentino. Era tal la seguridad en sí mismo que en 2007 tomó una decisión que aún no se explica: no presentarse a la reelección y apoyar a su esposa, Cristina Kirchner como sucesora.
El electorado consagró a Cristina Kirchner como Presidenta en 2007 con el 46% de los votos. Parte del electorado perdonaba la prepotencia de la pareja presidencial, su autoritarismo, su lenguaje polarizador que dividía en buenos y malos y su nacionalismo trasnochado. El electorado de las provincias lo perdonaba porque bajo los Kirchner Argentina crecía a ritmos chinos. El electorado urbano, sobre todo el de Buenos Aires, no comulgaba con ese estilo de gobierno y sufría más la inseguridad y la escalada inflacionaria, por eso no les votó.
Pero el 11 de marzo de 2008, sin consultar a los afectados ni pasar por el Congreso, el gobierno decidió subir los impuestos a los productores de soja, el pilar sobre el que se sostiene la economía argentina. Esto funcionó como una espoleta. El malestar de la capital y los grandes centros urbanos se unió al de las regiones sojeras y las provincias. El pésimo manejo de la crisis por parte del ejecutivo y sus reiterados insultos, acusando de golpistas y desestabilizadores a la oposición, permitieron que el conflicto creciera.
Kirchner trató de dividir a las organizaciones rurales, que tienen entre sí más diferencias que parecidos. Pero no lo logró porque su lenguaje altivo fue el mejor pegamento para mantener unidos a la tradicional Sociedad Rural y la populista Federación Agraria.
Por contra, las entidades rurales sí supieron dividir al oficialismo y fueron más hábiles y sutiles. Algunos gobernadores peronistas (Juan Schiaretti de Córdoba), enemigos internos (Eduardo Dualde, Carlos Menem, y los Hermanos Sáa), aliados como los radiles K y el vicepresidente Julio Cobos o dirigentes neutrales como Hermes Binner de Santa Fe apoyaron a los ruralistas y sus masivas movilizaciones.
A Kirchner le ha faltado olfato político. Ha jugado al todo o nada. No ha concebido que podía ser derrotado pues paulatinamente ha ido ensoberbeciendose desde 2003. Su esposa no ha cambiado un ápice los modos y maneras de su patrocinador. Es la fotocopia exacta y lo peor es que para muchos es sólo una marioneta. Pero no es una marioneta, es una convencida de lo que hace y de cómo lo hace. Es la primera kirchnerista, con permiso de Néstor.
¿El futuro? Muy difícil para los Kirchner acostumbrados a que su palabra sea ley. Eso ya es historia. Ahora hay que saber transar, negociar, ser dúctil…Pero los Kirchner no saben gobernar. Sólo saben mandar. Con la economía ralentizándose, la inflación descontrolada, la sociedad sublevada, sin apoyos legislativos y los gobernadores remisos, las elecciones legislativas de 2009 pueden convertirse en un nuevo varapalo. La única fortuna para los Kirchner es que sigue sin haber oposición política. A los Kirchner les ha derrotado la movilización social y no un partido o coalición.