Los hombres buenos mueren en primavera, decía Paco Umbral. Y se nos acaba de morir hace un par de semanas, justo en la primavera europea, nuestro querido amigo Joan Prats —catalán y barcelonés por los cuatro costados— ensayista, pensador, director del Instituto Internacional de Gobernabilidad y uno de las personas más influyentes en las últimas décadas en el complejo debate sobre transición a la democracia en América Latina y Europa. Se nos murió Joan, ironías de la vida, en su plenitud vital e intelectual, haciendo la ruta a Santiago de Compostela, él tan catalán, tan agnóstico, tan anticlerical.
Conocía a Joan hace unos quince años largos en una reunión rocambolesca que convocó el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la OEA en Washington y que agrupó a una fauna estrafalaria y diversa, con gente de todo los puntos cardinales para discutir el futuro de la democracia en América Latina. Son esas reuniones que no sirven para nada y, en el fondo, sirven para todo. Sirven para discutir el mundo, formar opiniones, confrontar tesis. El puro placer del diálogo, como recomendaba la filosofía sofista y, posteriormente, la socrática. La mayéutica. Son las reuniones más útiles. La razón instrumental sirve de poco sino hay reflexión previa, pura y dura. Andaban por allí, según recuerdo, Enrique Iglesias, Daniel Kaufman, Edmundo Jarquín, Arturo Valenzuela, Daniel Zovatto, Manuel Alcántara, Dieter Nohlen, Fernando Carillo y muchos otros.
Y allí estaba también Joan, con quien trabé a partir de ese momento una amistad intelectual entrañable que se extendió por varios años, con encuentros en Barcelona, en San José, o en los lugares más impensados del mundo. Viajero incansable, uno se podía encontrar a Joan, de repente, en pleno altiplano boliviano haciendo un estudio del mundo aymará o quechua, y el mes siguiente en el aeropuerto de Amsterdam, haciendo un trasbordo de aviones. Siempre con una leve sonrisa en la boca, con la fina ironía distanciada que posee la gente inteligente para observar el mundo. Pero siempre cálido, entrañable, interesado en todo lo que sucedía en planeta.
Desde el punto de vista teórico, Joan era lo que se llama un “constructivista axiológico”, es decir aquel que cree que los derechos, las instituciones y los códigos de conducta de la civilización se van construyendo y evolucionan con el paso del tiempo. No hay paradigmas cerrados Esto lo emparentó a escuelas de pensamiento como la de John Rawls y Ronald Dworking, y varias reflexiones y escritos dedicó Joan a ello en los últimos años. Adicionalmente, introdujo a la ciencia política de España y América Latina el complejo y debate sobre neo-institucionalismo y las tesis de de Douglas North sobre la evolución económica y cultural de las sociedades a partir del valor agregado de la evolución de las mejores prácticas institucionales del planeta. Un pensamiento profundo y maduro que, desafortunadamente, apenas está en pañales en nuestra convulsa América Latina.