EL MIEDO EN EL NUEVO MILENIO: UN ABORDAJE ANTROPOLÓGICO PARA COMPRENDER LA POSTMODERNIDAD
En su libro el Miedo liquido, Z. Bauman re-examina la idea aristotélica sobre el miedo, pero tiene en cuenta la distinción entre estímulo y respuesta simbólico-cultural; en efecto, Bauman sostiene la idea que, a diferencia de los seres vivos (que sienten miedo como una especie de impulso que los ayuda hacia la huida en contextos amenazantes), el hombre tiene la posibilidad de sentir un miedo diferente, dicho de otra forma, un miedo en segundo grado, según palabras del autor ,“reciclado social y culturalmente”. El “miedo” se hace más profundo cuando es disperso, poco claro y no puede ser identificado a objeto o lugar concreto (Bauman, 2007: 10).
Los seres humanos intentamos por todos los medios reducir las consecuencias indeseables de los eventos, transformando los miedos en riesgos. Los riesgos tienen la característica de ser calculables –a diferencia de los temores incalculables que no sólo son imprevistos sino también incontrolables–; así, la certeza centra su ámbito de acción dentro de los “peligros visibles”. Lo cierto, como señala Bauman, es que ninguna catástrofe es tan dura o siniestra como aquella que se piensa imposible. Cuando la “civilización” cae, adviene el estado de naturaleza en donde (según la idea hobbesiana) los hombres se matan unos a otros en lucha por los mismos recursos. Esa vida organizada y civilizada se nos presenta en forma de una lámina, más allá de ella se encuentra el desorden y la barbarie. En el “síndrome Titanic” dice Bauman, explica gran parte de la paradoja humana que se vive en la modernidad líquida. El Titanic, como lujoso transatlántico, representa el orden civilizatorio mientras que el iceberg en su estado natural y oculto recuerda a la humanidad su propia vulnerabilidad. En realidad, no es la historia de Titanic tan extraordinaria como para tener que ser rememorada por sobre otras tragedias, mas sí ha sido repentina y por ese motivo impactante.
Básicamente, en Bauman es claro que no sólo cada sociedad e individuo dentro de ella experimenta sus propios temores, sino que además existen miedos universales comunes a la mayoría de las sociedades occidentales. No obstante, debido al egoísmo y a la progresiva desvinculación social, cada uno de estos temores es tratado por cada uno de una manera individual. En su capítulo segundo, “el terror a la muerte”, el autor explica por medio de un ejemplo televisivo, como es “el gran hermano”, el vínculo entre el hombre y la muerte. Aun cuando temida por todos, ésta (como la expulsión de la casa) es inevitable. El mensaje de estos programas televisivos es claro a grandes rasgos, demostrar la debilidad humana en forma pública y su posterior “exterminio”; en efecto, todos menos uno –el elegido– irán siendo paulatinamente degradados o proclamados los “más débiles” y, en consecuencia, serán condenados a ser “eliminados”. La supervivencia le pertenece sólo a uno mientras la condena a la mayoría. Una vez tomada la decisión, el participante admite y hasta justifica su supuesta debilidad ante la incuestionable voluntad del público. Estas escenificaciones televisivas funcionan según Bauman como verdaderos “cuentos morales” en los cuales el castigo y la recompensa pasan a ser la norma a la vez que los vínculos entre virtud y pecado se debilitan. El contenido de estas narraciones nos lleva a suponer que los “golpes en la vida” son algo aleatorio y no siempre tienen una explicación detrás. Los hombres poco pueden hacer para detener el porvenir y el destino. Podríamos, entonces, afirmar que los reality shows son mitológicamente escatológicos.