Las personas y las sociedades logramos elevar nuestro grado de consciencia a través de dos instrumentos y situaciones: la inteligencia constructiva o el dolor extremo.
Cuando quien nos guía es la inteligencia, el estudio, la reflexión, la empatía, la tolerancia, individual y colectiva, logramos comprender la situación que estamos viviendo, analizamos las consecuencias y escenarios, y adoptamos decisiones responsables y creativas. A partir de ellas, y producto de un acuerdo colectivo, asumimos las consecuencias de nuestra decisión y construimos juntos su resultado. En este caso, tenemos una suerte de paz interior y de tranquilidad de espíritu pues luego de una valoración y aceptando que no es perfecta, asumimos que hemos tomado la decisión correcta.
En lo individual, decidir el estudio de una profesión, establecer una relación estable de pareja, un cambio de residencia por una oportunidad mejor a la que teníamos. Y en lo colectivo, una opción ligada al futuro de manera consciente, al definir el nuestro apostando entre todos por el trabajo, el turismo, la tolerancia, y en el respeto y aceptación del diferente.
Tomada la decisión, asumiendo todas las dificultades, sentimos poco a poco los resultados beneficiosos de sus consecuencias. Obviamente, este debiera ser el mejor y más deseable camino.
Por el contrario, cuando elevamos nuestro nivel de consciencia a partir de situaciones dolorosamente extremas, se incorporan valoraciones más complejas y a veces generadoras de confusión. En lo personal, una muerte, una enfermedad, una pérdida laboral o afectiva, una migración forzosa, nos marcan y nos ponen a prueba en nuestra fortaleza. Y en lo colectivo, un terremoto, una guerra, la erupción de volcanes, sequías inmisericordes, enfermedades mortales, crisis políticas o económicas.
La solución de la crisis en lo individual, pasa por un proceso de terapia, de autoevaluación, de apoyo externo que nos ayude a centrar pensamiento y acción para elaborar la pérdida y el duelo.
En las crisis sociales descubrimos de verdad, quienes somos; es cuando en medio de la confusión y las turbulencias, de la pérdida de valores y de esperanzas, se necesitan ideas colectivas, liderazgos necesarios y escenarios de concertación y alianzas. En la historia de la humanidad, en una sociedad que no encuentre un camino de esta naturaleza, puede radicalizarse el conflicto, el caos y la solución por la violencia y llegar al costo que todos conocemos o suponemos.
En Bolivia estamos pasando por un momento muy complicado. Con la mente fría y el corazón abierto, comprobamos que las exigencias de la pandemia y de la crisis económica no están encontrando las respuestas que el momento exige ni los liderazgos consensuales que la realidad demanda. Los titulares de los medios de comunicación y las redes sociales recogen un listado de confrontaciones, mezquindades y torpezas difíciles de admitir en situaciones normales, pero inadmisibles en momentos como los actuales.
La historia de la humanidad también recoge las posibles conclusiones de estas situaciones. Los pueblos que logran cohesión social y enfrentan juntos las consecuencias del terremoto, los volcanes, las sequías y las pandemias, pueden a través de la resiliencia superar más rápidamente la reconstrucción. Los pueblos que no alcanzan a concertar una agenda que está a la altura de las exigencias, sufren la agudización de la pobreza, la violencia y las rupturas en todos los planos. No es necesaria la utilización de metáforas para expresar la gravedad del momento y las necesidades colectivas de solución. Las victorias pírricas, por el desastre, terminan con una destrucción en la que todos perdemos.
Empecemos un trabajo para ganarle el debate a los violentos, primera condición para reflexionar el futuro con la mente equilibrada.