Mirar la vida con algún espacio de tiempo entre el momento presente y la fecha futura que queremos relievar es un acto de planificación estratégica y, por ello, una apuesta de futuro. El año 2025 es una fecha mítica por la narrativa y la simbología de que está acompañada, y aunque de aquí al 6 de agosto de ese año no es demasiado, cuando nos hacemos la pregunta ¿cómo querré vivir entonces?, se dispara la imaginación y salvo que fuese empleado público favorecido por el partido, la respuesta es contundente: ¡No de esta manera!
El tiempo proporciona otra perspectiva y convida a soñar y esperar mejores días superando el desánimo y la modorra con los que a veces quieren ganarnos la realidad; para ello, debemos superar también cuatro crisis que para los gobernantes pareciera no tienen conexión y sin embargo conviven con nosotros expresadas en dificultades económicas, la pandemia, la corrupción en la justicia y la abulia política que nos impone agendas reprochables.
Una técnica para justificar el derecho a soñar pisando tierra es crearnos una imagen objetiva de lo que querríamos lograr y cómo querríamos estar en ese momento de manera propositiva; ya sabemos lo que no queremos, hagámosle una trampita a nuestro cerebro pensando en positivo que, al convertirlo en palabra, la acción consecuente puede que nos devuelva muchas esperanzas. Así lo comparten todo el tiempo el neurocientífico Facundo Manes y la neuroeducadora Alicia Landivar.
El ejercicio parece sencillo e ingenuo, pero no lo es. Para lograr éxito, necesitamos decodificar nuestra relación con el poder y la autoridad, comportamientos con los que se enfrentan nuestra conducta cotidiana. Debemos asumir como ciudadanos que somos la fuente del poder y que la autoridad es un instrumento del poder, es decir, de nosotros. Esta reflexión básica nos coloca en una relación distinta frente a los acontecimientos actuales y venideros porque nos interpela a tener una actitud menos quejumbrosa y más proactiva.
Debemos estar atentos porque el interés de la autoridad es continuar en esa relación de imponernos sus temas para continuar administrando la crisis y hacernos creer que son imprescindibles. Para comprender este aspecto, el ejemplo es lo que ha realizado el prestidigitador García Linera con su anuncio de que el MAS puede dividirse para las elecciones del 2025. Al adelantar un tema para generar reacciones y debates de una situación interna, busca ganar tiempo generando una acción de unidad interna que le corresponde exclusivamente al MAS, reposicionarse en el debate político y arrastrar a la gente a un tema que nada tiene que ver con los cuatro problemas que enfrentamos cotidianamente. Lo que hace Álvaro, por su interés, no lo es para la Bolivia del Bicentenario y por eso debemos, la ciudadanía, recuperar el poder.
Abierto el debate en las redes, aparecen ideas en la línea propositiva de futuro como el que el año 2025 no se tenga que pedir permiso para trabajar y producir, o que tenga soluciones definitivas para superar el debate golpe/fraude, las 36 recomendaciones del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI-Bolivia), lo que permitirá superar colectivamente la crisis de la sociedad y el Estado más complicada que hemos tenido en democracia.
La propuesta de Jorge Zogbi, en las redes, plantea otro tema: “El Gobierno y la ceguera del Altiplano se equivocan al confrontar al Oriente. Santa Cruz no solo es el presente sino también el futuro de una Bolivia con algo de progreso y seguridad de alimentos y divisas. Hace falta un liderazgo de un indio, cholo o blanco, no interesa la raza o color pero que quiera su país y el crecimiento de su pueblo. Esperemos que ese hombre o mujer un día llegue a Palacio y dejemos atrás a tanta torpeza, odio y resentimientos”.