Estamos en la necesidad de aceptar un complicado escenario de análisis, relacionado con dos visiones antitéticas de poder sobre el futuro del país que, en lugar de allanarse dialécticamente, pareciera está siendo llevado a escenarios de mayor confrontación.
Vivimos una Bolivia, heredera de la Revolución Nacional, que propuso la alianza de clases, la economía mixta, la soberanía y la inclusión para superar un país feudal; esta Bolivia hizo su esfuerzo fundacional y fue ajustando las deudas históricas con la población y el territorio. Realizó ensayos políticos, económicos, de gobernabilidad y gestión para superar el gobierno de castas, roscas y oligarquías excluyentes en una república de gran extensión y muy poca población y que había definido su sobrevivencia sobre el extractivismo minero, logrando abrirse al reto de las tierras bajas. En lo político, luego de un periodo de partido único, el MNR, generó acuerdos y consensos de coyuntura que resolvieron el reparto del poder, con grave crisis para la eficacia y la transparencia.
La otra Bolivia que se consolida políticamente en 2006, e ideológicamente con la Constitución del 2009, se asume plurinacional, con hegemonía indígena originaria campesina, y economía plural, controlada desde el Estado. Esta Bolivia parecía más auténtica y llamaría la atención internacional por el mensaje inconcluso de los 500 años que no había logrado concretarse en un proyecto político, más allá de las simpatías y declaraciones internacionales, el Premio Nobel de la Paz para Rigoberta Menchú y el reconocimiento y puesta en valor de sabidurías, pueblos, organizaciones y sociedades ancestrales. Esta Bolivia hizo campaña por el Nobel en favor de Evo Morales, para que, sumándose a Menchú y Mandela, adquiriera la calidad de ícono mundial, y de esta manera, alentado por los europeos, se vencieran definitivamente los 500 años de colonialismo. El modo de organización política superó al sistema de partidos y lo cambió por una novedosa construcción de movimientos sociales que aplicaban el centralismo democrático sindical, que se ajustaba más al debate internacional de la democracia inclusiva y confederal; desde el gobierno, y con una disponibilidad extraordinaria de poder político y excedente económico, el proceso de cambio no tuvo restricción alguna para la aplicación de su propuesta. Control del poder político, uso de la institucionalidad gubernamental, administración de justicia, violencia legal, los instrumentos de la hegemonía simbólica y cultural, y la administración de la economía, fue absoluto. Y para cerrar el círculo, se acompañó desde los cielos por el ajayu del satélite Tupac Katari.
Lejos de los discursos oficiales y de la confrontación, la sociedad se movió buscando desarrollo, producción y dignidad. Aprovechó la distribución de una parte de los excedentes para salir de la extrema pobreza, ingresó a la economía de la producción, el consumo y la demanda de servicios públicos con la denominada clase media, y cumplió la etapa mundial de trasladarse a vivir en ciudades en un 80%, abandonando las áreas rurales. El proceso de cambio que propició estas situaciones, no entendió, y hasta ahora lo hace, el resultado de su propuesta que no era otra que el de la modernidad, mientras sigue sustentándose tozudamente en el excedente cocalero ligado al narcotráfico.
La historia ha definido los componentes dialécticos de la confrontación. El MAS por un lado, y la propuesta que se expresa desde Santa Cruz por otro. Paradójicamente, ambos actores son herederos de la Revolución Nacional, sin que ninguno lo acepte ni reconozca.
Un esfuerzo académico lleva a proponer la reconstrucción dialéctica de tres momentos que deben ser rearticulados coherentemente entre sí:
1) el enfrentamiento y las relaciones antes de la llegada del europeo, entre las tierras de Grigotá, Enín, Kandire y el imperio de los Incas, nada pacíficas, por cierto.
2) lo que se hizo después desde territorios con nombres criollos y mestizos en moxos, chiquitos, la chiriguanía y el Alto Perú, y,
3) la administración del poder económico y político desde los centros de poder colonial, republicano y minero, desde la ciudad de Potosí, Charcas, luego La Paz, y que ahora se ha traslado a las tierras del Chaco, la Amazonia, el pantanal, y los llanos, teniendo a Santa Cruz como centro de irradiación.
Este proceso terminará en las elecciones del Bicentenario, que solo pueden ser democráticas y transparentes.