Si tuviéramos que aceptar como ciertos los titulares de los medios de comunicación y las noticias que circulan en las redes sociales, tendríamos que reconocer espantados que nuestra democracia se encuentra en un momento de crisis extrema; resulta que ella depende de la discreción, mesura y equilibrio de una persona perseguida por narcotráfico que ha lanzado una sentencia mortal al gobierno. Convengamos, además, que después del asesinato de Fernando Villavicencio en el Ecuador y realizar un repaso de otras situaciones similares, no parece ser muy responsable confiar en la palabra de alguien que se juega la vida armado, literalmente, todo el tiempo. Si ese es el valor que la asigna a su existencia, por su propia conducta, está más allá del bien y del mal.
Estos son los momentos que nos preguntamos ¿cómo es que hemos llegado hasta aquí?, cuando, además, el mayor acusador del gobierno es una personalidad que ostentó durante 14 años la presidencia de la república, es el jefe nacional del partido que gobierna Bolivia, y pretende volver a hacerlo. El expresidente de marras ha acusado con nombre y apellido al responsable de la seguridad de la sociedad y el Estado, señalando un monto astronómico que recibiría mensualmente del personaje perseguido. Mi abuela decía, lo poco asusta y lo mucho amansa, y la moraleja de Pedro y el lobo resulta oportuna también para no jugar con una circunstancia que ya es más que evidencia, estamos perforados por el narcotráfico.
Recuerdo que debió ser asesinado Don Noel para que hagamos un esfuerzo colectivo y nos saquemos de encima a los extraditables de entonces, que compartían generosos con todos sin que nadie se diera cuenta.