Entiendo perfectamente que ni el turismo ni las ciudades se siembran, y que la metáfora es una licencia simbólica para reflejar una opción y una oportunidad que tiene una condicionalidad: la superación de los bloqueos, físicos y mentales.
Mientras la sociedad mundial se reconstruye frente a la crisis que atraviesa, la agenda boliviana se repite como si estuviésemos blindados y vacunados contra ella como alguna vez se nos mintió; algunas decisiones colectivas reflejan el esfuerzo que se realiza desde una bicicleta estática, buena para hacer ejercicios, pero no para avanzar.
Cuando vemos y escuchamos los titulares de los medios de comunicación y leemos las redes sociales, pareciera que no somos conscientes de los retos que debemos superar y las metas que debemos alcanzar, pues estamos ejecutando conductas colectivas que solo pueden ser calificadas como irracionales y absurdas. Lo reitero, no juzgo la calidad de la demanda, reacciono contra el método del lamento boliviano que cumplimos tan eficientemente al haber decidido resolver nuestros problemas con bloqueos.
El canciller Luis Fernando Guachalla recuperó la tesis de “Bolivia, país de contactos y no de antagonismos” en 1936, como una manera de aprovechar una ubicación geográfica al mismo tiempo que cumplíamos una responsabilidad en el proceso de integración sudamericana. Si no logramos convertir en realidad esa tesis, seguiremos siendo el país tranca que somos para nosotros y para nuestros vecinos, y seguiremos siendo ignorados.
Bolivia tiene a su favor dos bonos excepcionales, uno geográfico y otro poblacional. El geográfico plantea el reto de resolver la pregunta qué haremos con un millón de kilómetros cuadrados en 10 años más, cuando vivamos en ciudades en un 90%. El segundo reto es una oportunidad, pero puede convertirse en problema; el 60% de la población es menor de 30 años y por ello, son levantiscos, bullangueros y demandantes.
Estas variables estadísticas son una definición política en sí mismas y obligan a analizarlas en contexto. La Bolivia del Bicentenario debe enfrentar la realidad migratoria, la producción rural, la seguridad alimentaria, los cambios políticos de nuestra América insurgente y la militancia en la inteligencia y el desarrollo propuesto desde la ciudadanía.
La agenda se complejiza cuando tenemos que resolver las tareas pendientes de la descentralización y la autonomía, la irrupción de las ciudades, la innovación, competitividad y el desarrollo local, los retos de la inequidad y la exclusión, los riesgos de la violencia y la esperanza que genera la participación ciudadana como instrumento.
Cuando alineamos esas realidades y le sumamos la siembra del café, desarrollamos turismo sostenible y comprendemos y nos reconciliarnos con la realidad urbana, encontramos una fórmula para que nuestras necesidades alcancen progreso sostenible. Para alcanzarlo, debemos enfrentar las dificultades y conflictos que siempre existirán, con los instrumentos de la cohesión social que obliga a ponernos de acuerdo entre diversos.
Para dejar de ser un país tranca, la consigna subversiva de “sembrar un cafetal del tamaño de Bolivia” resume las virtudes de la propuesta y puede facilitar las decisiones.