Juan Carlos Rodríguez Ibarra (El País)
A mediados de la última década del siglo pasado se produjo un hecho fundamental y que ha resultado trascendente para la sociedad en que ahora vivimos: el cambio que avisaba la socialización de Internet, gracias a su privatización en el año 1995. Era el nacimiento de la nueva sociedad de la información. Este escaso lapso de tiempo para la historia de la humanidad ha demostrado que el uso de las tecnologías de la información (y de Internet en particular) está cambiando la sociedad en todos sus estamentos, lo que confirma que Internet es la columna vertebral de la revolución que estamos viviendo.
En el terreno social, ya nadie pone en duda el inmenso poder de transformación que las TIC tienen en nuestra sociedad del siglo XXI. Nadie duda de que Internet ha sido la provocadora de esta revolución social y de que los ordenadores son la herramienta esencial de interrelación en la Red.
En el terreno económico, este fenómeno ha contribuido a que la industria tecnológica haya pasado a tener un papel protagonista en las economías mundiales. Las TIC han aumentado la competencia global del sistema económico y representan ya el único factor que podrá permitir, gracias a los incrementos de productividad que facilitan, sostener el actual estado de bienestar de que gozamos, manteniendo e incluso impulsando mejoras sociales generalizadas. Si algo caracteriza a esta era es la velocidad con que se producen los cambios. Y estos cambios van afectar a la propia Internet.
El enorme crecimiento de las redes sociales es un dato muy significativo de cómo la Red evoluciona vertiginosamente. En sólo unos pocos años, nos estamos encontrando con una Red diseñada sobre unos patrones de funcionamiento que van perdiendo validez. La conexión desde el ordenador del usuario hasta el centro de recursos ya no es la única forma de operación.
Hemos de pensar en que dispondremos de múltiples dispositivos o aparatos (incluyamos electrodomésticos) conectados a Internet y que accederemos a todos ellos desde cualquier lugar y a través de una gama cada vez más variada de dispositivos. En otras palabras, pronto tendremos más máquinas y aparatos funcionando por Internet que personas navegando por la Red.
Y la pregunta obvia es ¿cómo va a ser esa transformación y cómo podemos prepararnos? La transformación anunciada se plantea con el siguiente paradigma: «el ordenador está en la Red». Es decir, el ciudadano sólo necesitará un dispositivo simple, dotado de navegador conectado a la Red, para acceder a los servicios que ofrece Internet y para subir sus contenidos a laRed. No será necesario disponer de capacidad de proceso ni de almacenamiento a nivel de usuario. La reciente apuesta de grandes empresas tecnológicas por la fabricación y venta de equipos de muy bajo coste es un síntoma de esta evolución aparentemente regresiva hacia dispositivos ligeros. Después de muchos años multiplicando las capacidades de los PC, aparece ahora el negocio basado en equipos de menores prestaciones y bajo coste. Por lo tanto, los recursos deberán estar disponibles para los usuarios, sin que éstos deban preocuparse de cómo han llegado allí. De manera análoga a lo que sucede con otros servicios básicos como la luz o el agua.
Se acabó la necesidad de disponer de hardware costoso y de un software difícil de configurar. Esto tiene mucho sentido y, desde un punto de vista conceptual, el tema es simple. Trasladando el símil a otros sectores cotidianos como, por ejemplo, la automoción, nadie pensaría exigir a los usuarios de vehículos que tuvieran que adquirir piezas para instalar en su coche, o que supieran ajustar todos los elementos de los vehículos para poder conducir.
Lo curioso es que, hasta la fecha, se exige a los usuarios de los ordenadores unos conocimientos mínimos de informática que en muchos casos no poseen.
¿Qué cambia esto… cómo estar preparados? Si conceptualmente el tema es simple, el problema consiste en conocer qué o quién sustituye a las capacidades del ordenador que conocemos hasta ahora.
La respuesta la tenemos en la disponibilidad de banda ancha de los recursos de computación y de sistemas de almacenamiento disponibles a través de la banda ancha.
Respecto a la banda ancha, la apuesta por las redes de fibra óptica debe ser clara. Desde luego, las inversiones millonarias anunciadas por los operadores en nuestro país deben ser bien recibidas y valoradas. Pero desde quienes definen las políticas que afectan al desarrollo de nuestros pueblos (Unión Europea, Gobiernos nacional y regionales), se deben poner los medios adecuados para alcanzar los objetivos de la iniciativa i2010 heredera de los Objetivos de Lisboa, aumentando sustancialmente las inversiones públicas en investigación sobre las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). La creación y/o potenciación de redes de fibra óptica de titularidad pública que conecten a todos los centros del sistema de I+D+i nacional, abiertas en condiciones de equidad y no discriminación a otros proyectos que contribuyan a la extensión de la sociedad del conocimiento y al incremento de la competitividad y de la proyección internacional de nuestras empresas, debe ser una prioridad indiscutible.
El acceso a los cables transoceánicos abre un campo ilimitado hacia nuevos continentes: África, América, Asia. Especial mención merece Latinoamérica, donde aún queda mucho capítulo por hacer en aras de lograr una mayor prevalencia del castellano en la Red.
Respecto a los recursos de computación, pueden plantearse dos soluciones: centralizadas, construyendo grandes superordenadores o centros de cálculo, o distribuidas, mediante tecnologías GRID y la extensión del concepto Web 2.0 al mundo del procesamiento: la computación voluntaria.
Ambas fórmulas son complementarias, y en el campo de la computación científica deben estar coordinadas.
En cuanto a la capacidad de almacenamiento, es necesario disponer de elementos físicos que ofrezcan esa capacidad, pero también, y no menos importante, de infraestructura soporte que garantice la máxima disponibilidad de estos recursos de almacenamiento. La necesidad de esta capacidad es acuciante. Los analistas estiman que hasta el 70% de los datos almacenados por las organizaciones tiene más de seis meses de antigüedad, y gran parte de estos datos debe ser conservada por requerimientos legales; la Administración va a generar unas necesidades de almacenamiento sin precedentes en España; los distintos proyectos de digitalización del patrimonio artístico y cultural necesitan de ingentes cantidades de recursos de almacenamiento, que además deben estar disponibles online; los particulares mantienen una vida digital en la Red que crece exponencialmente…
Por lo tanto, debemos estar convencidos de que España cuenta con una oportunidad única para posicionarse de nuevo en el mundo que va a generar esta transformación de Internet, al igual que ya lo hiciera en la primera revolución social que provocó la Red.
Cabe recordar que de las cotas de independencia que aún no ha alcanzado Europa, junto a la energética, la tecnológica es una cuestión pendiente. No debemos permitir que, ante una evolución de Internet no acorde con los valores tradicionalmente defendidos por los estados europeos, nos encontremos sin capacidad de reaccionar. No debemos caer por la aplicación del difuso concepto de neutralidad tecnológica en una falta de respuesta en favor de la independencia tecnológica, como ya nos sucedió con el software libre.
En un entorno especialmente preocupado por aumentar el gasto público en la materia, aun a costa de que no exista una adecuada capacidad de absorción del mismo, los recursos disponibles deberían contribuir a desarrollar las infraestructuras de innovación y desarrollo tecnológico asociadas a Internet, así como a ayudar a diversificar la economía, apoyando a las nuevas empresas de base tecnológica para que creen los empleos de futuro a través de la explotación económica de nuevas ideas.