Mi homenaje a un gran hombre.
«Don Pedro, gracias
La sensación de orfandad cuando desaparece el padre, es exactamente la misma más allá de la edad que tengamos los hijos. Es una mezcla entre congoja irremediable y reto frente al futuro. Al desaparecer el referente, debemos ser quienes ocupemos el lugar y sigamos en el camino para quienes vienen atrás de nosotros. También, resulta irrelevante si la transición ya se había producido antes. La sensación es la misma.
Como en la sociedad, las empresas, los partidos políticos y la familia, la continuidad es una suerte de capacidad creativa del padre que establece las condiciones en libertad para la reproducción del emprendimiento. Por eso lo de plantar un árbol, escribir un libro y tener una hija, es la demostración del esfuerzo puesto en la trascendencia, más allá de los bienes materiales.
Hemos aprendido, también, que la generación de excedente simbólico es tan importante como la producción de bienes materiales. En el alma de los pueblos, pesa más el duende que anima lo cotidiano y reproduce la sensación de alegría y paz, que no tienen precio, que las pirámides mortuorias. Sin ese espíritu, la materia seguirá siendo materia.
Y en este momento de cuitas imprescindibles, quiero romper una reserva guardada que merece ser conocida. Era el año 1989 y se estaba produciendo una crisis de liderazgo complicado. Un grupo de ciudadanos activos fuimos encomendados por razones ligadas al afecto junto con Oscar Zambrano, a conversar con Don Pedro sobre la necesidad de su presencia pública en la dirigencia cívica.
Escuchó nuestros argumentos, agradeció nuestras consideraciones y con la misma voz pausada y firme de siempre nos dijo que él, antes que no- sotros, ya lo había pensado y había estado tentado a invitarnos a algunos de los que le dijimos representábamos, para conversar sobre el tema. Que quizá nuestra visita no era sino un reflejo de su propio pensamiento. Nos dijo que había reflexionado sobre las consecuencias que ello podía significar más allá de lo personal, pero había considerado no hacerlo; creía que debía seguir en la trinchera diaria de su editorial, abriendo el espacio a los articulistas en toda su diversidad y generando libertad creativa en sus comunicadores, para que el instrumento que dirigía, siguiera siendo superior a los banderíos inevitables que ocasionarían una campaña.
Él, liberal confeso y demócrata practicante, sabía del valor de la palabra escrita y la importancia que la confrontación necesaria de ideas generara debate, esclarecimiento y posiciones fundamentadas. Y quería seguir en ese camino. Conversamos sobre la verdad de sus palabras pues nos habíamos beneficiado de ello quienes desde la trinchera crítica, habíamos participado de los debates y sabíamos que lo que decía era cierto.
Seguramente Don Pedro fue tentado en innumerables oportunidades para esa y otras dignidades. La única que aceptó fue la de una Embajada que entendía, le permitió apoyar temas culturales que siempre alentó como complemento de su capacidad creadora.
Fuimos parte, antes y después de este episodio, de su espíritu pluralista y de lucha, en tenidas realizadas en la sala de su casa cuando los temas públicos así lo requerían.
Sea parte del legado del ciudadano Rivero Mercado, este testimonio»
C,H,M,
http://www.eldeber.com.bo/opinion/don-pedro-gracias.html