Cuando la memoria sirve para valorar lo humano y se hace necesario compartirlo. Esto escribimos Rony Pedro Colanzi y yo, hace un año. Me alegré volver a leerlo…
El perfume de la memoria
He degustado las cuartillas que nos regalás Rony Pedro, por esa combinación exquisita de precisión, lozanía, sencillez y contundencia. La sorpresa inicial por la lectura de una ocurrencia simpática aparentemente aislada, fue desplegando los detalles fotográficos de una ubicación comprobable, una breve descripción del paisaje y una invitación al turbión imaginativo de nuestra propia vivencia.
Para quienes conocemos los acontecimientos que relatan tus crónicas profundamente tiernas y humanas, resulta muy fácil volver a vivirlas. Generacionalmente por la misma edad corresponden a las mías en el Barrio La Pólvora, entre las calles Seoane, 21 de Mayo, Charcas, y que confluían desde la Iglesia de San Juan de Dios y San Andrés, hacia el Parque El Arenal. En mi territorio estaban el Cine Santa Cruz, la Radio Amboró, el kínder número 4 donde enseñaba Doña Gladis Moreno, las aulas de Bellas Artes… Qué simpático, tus recuerdos son los míos vistos desde el barrio al otro lado de la calle, pero en el mismo pueblo cuatricentenario marcado por surazos, ventorrales, lluvias, calores estivales y la energía eléctrica que se cortaba a las 10 de la noche luego de dos pitazos de advertencia de la empresa Luz y Fuerza. Todas las noches, a las 10.
La disección del detalle tiene que ver con tus estudios de filosofía y patología, precisados por el microscopio que desnuda la célula, ahí donde la verdad o la mentira ya no pueden esconderse. Siempre fuiste innovador, perseverante, provocador… a tus 16 años administrabas la biblioteca de Muyurina con cerca de 10.000 volúmenes y eras experto en el manejo de las enciclopedias y la exactitud del dato… lo que fuera una sorpresa inicial para todos quienes éramos tus compañeros en aquel entonces, se convirtió por tu tesón, en una elevación del nivel de estudio colectivo. Creo que eso ocurrió después de un viaje que hiciste del que volviste más grande.
Gracias por tu sonriente silencio que hoy nos regala estas reminiscencias festivas, preñadas de esperanza y de futuro
NOBLEZA OBLIGA
Rony Pedro Colanzi Zeballos
Estaba por preguntarle a mi querido amigo Carlos Hugo Molina, que lo llamo hermano, por el afecto que nos une, sobre la mesita de color verde que tenía su papá en su consultorio de la calle Seoane. Me llevó mi madre el año 1968 para que me examine. Tengo en mi memoria el pasillo largo con esa mesita al fondo, con maderitas y espacios. Está en mi mente hacer un homenaje a su señor padre, de principios tan grandes como el río Piraí en turbión. Pero como dice el refrán “Nobleza obliga”, hoy deseo hacer un reconocimiento a mi querido hermano por las palabras que escribió, en relación a los pocos recuerdos que publico. A Carlos Hugo lo conocí ese mismo año en el colegio Muyurina. Era el mejor alumno del curso. Se destacó desde el inicio por su compañerismo y su alegría. Siempre tenía un órgano de mano. Organizó la patrulla de “los Jausis”, con otros seis compañeros más. Pasábamos horas charlando encima de los árboles del colegio. Impulsó el periódico “El Heraldo”, actividad donde lo colaboré desde el año 1969. Participaba en el deporte de forma creativa, más de los tradicionales que hacíamos. En el mes de abril del año 1971, durante la semana santa, en el colegio Muyurina, participamos de un retiro conocido como Palestra. Allí también estaba Caly Cuéllar que vino del colegio La Salle. En el mismo, nos invitaron a conocer el lado social del ser humano, con sus limitaciones y manifestaciones como la pobreza. El año 1972, mientras visitábamos al padre Dal Pos, por su enfermedad, se le ocurrió organizar el “Primer Festival de la Canción Intercolegial”, que se realizó después de unos meses en el cine Santa Cruz. A finales de ese año, cuando participamos del viaje a San Ignacio, con la finalidad de ayudar a construir una casa “modelo” para la comunidad, su cariño por don Pedrito Posiobó, jefe comunitario, hablaba de su sensibilidad para el ser humano.
El año 1973, después de los tres días del curso sobre cine, dado por el padre Espinal y el padre Scota, brilló en el análisis sobre la película Fahreinheit 451. No podré olvidar la invitación que me hizo a finales del año 1976 en su casa de la calle Mñor Santiestevan, subidos en la loza me invitó para seguir con nuestros sueños sociales. Posiblemente por la angustia del estudio, le respondí que durante ese tiempo mi prioridad era finalizar con la carrera. Luego comencé a admirar su trabajo literario, la magnífica labor en la Fundación y en la política. Estuve a su lado, en dos acontecimientos tristes de su vida. Dos días antes hablé con Sebastián, lo sentí como una despedida cariñosa. Parece que la vida te regala acontecimientos especiales.
Como estamos en plena pandemia y yo compartía estudiando el tema del coronavirus y la enfermedad COVID-19, me invitó a un grupo, donde nos encontramos con Caly Cuéllar y su excelente labor como médico epidemiólogo. Un gran regalo, lo tomo con toda la emoción del encuentro entre amigos, que aspiramos un mejor futuro para las personas que vivimos en esta tierra que nos vio nacer. Gracias querido Carlos Hugo. Como dice Caly, si en algún momento organizo lo poco que escribo, tus palabras servirán de prólogo.