En la tierra colorada de la nación de los indios Chiquitos, el fin de semana pasado la gente se reunió para escuchar conciertos de música barroca, para degustar sabores y decires, para visitar doce pascanas que recrean la cultura viva de los chiquitanos en su relación con la historia y la naturaleza, y para abrazarse sin apuro en el denominado Posoka gourmet.
Mientras esto ocurría en San José de Chiquitos, en los municipios de Buena Vista y Yapacaní se abrían las rutas de degustación de café en las zonas rurales donde están los cafetales, y en la ciudad de Santa Cruz, se producía la Expo Agroecológica número 147 realizada en la plazuela Paloma de la paz, en el barrio Urbarí; las tres actividades, simultáneas y en espacios totalmente diferentes, además de otras cientos que se han realizado en toda la república, están construyendo un imaginario sobre la base de la producción, el trabajo y la cohesión social.
Lo digo sin anestesia, esta es la Bolivia que deseamos para toda Bolivia, y que se multiplica aparentemente sola.
Mientras eso ocurre, hay quienes creen que la oferta de turismo de los pueblos es una forma de aprovechar el subdesarrollo de la gente, desconociendo la cultura, la identidad y calidad de vida que se tiene en esos lugares. Sólo cuando se conocen los territorios y se respeta a la gente que vive en ellos, se puede comprender el valor extraordinario de hacerlo a pesar de las limitaciones existentes. Mientras tenemos quienes se quejan de su suerte, estamos descubriendo, en esos lugares, razones y evidencias para la esperanza y que al practicar la siesta del “subdesarrollo” y de la calidad de vida, recomponen sus fuerzas para seguir la jornada.
Repito que la fórmula perfecta que facilita la cohesión social pasa, en las zonas rurales, por la presencia de ciudades intermedias, turismo sostenible y seguridad alimentaria. Si a esas condiciones le sumamos un componente de felicidad generado por un valor de producción especial, una taza de café de grano boliviano, por ejemplo, el círculo se cierra. El valor de ese tipo de producción está en el aporte de conciencia que genera el trabajo digno, producción sostenible, desarrollo territorial, autoestima, aprovechamiento de ventajas, retención de población en zonas rurales, trabajo local y administración de un excedente material y simbólico demostrable. Y lo mismo ocurre donde existe miel, cacao, vino, queso, almendra, castaña, aceite de chonta y copaibo, quinua, asaí, moringa, copuazú, amaranto…
Bolivia podría tener en el turismo sostenible el instrumento de desarrollo económico de mayor base social y territorial. Para lograr ese objetivo, aunque nos cueste, tendríamos que cambiar una conducta violenta que nos perjudica, unida a una piromanía compulsiva que parecería quiere resolver las diferencias con incendios. Sin desconocer el valor de la demanda y la justeza social de la misma, está claro que esa conducta es destructiva del objetivo planteado.
Quiero insistir con las potencialidades del café. El café paceño, producido por manos yungueñas, nos unifica cuando lo consumimos, no solo por ser boliviano, sino porque, además, es uno de los mejores del mundo.
Sin embargo, para no mentirnos, hablemos en serio sobre turismo sostenible. Un resumen temático y conceptual deja en evidencia que necesitamos que se constituya en política pública que invite al mundo a visitarnos para compartir lo bueno que tenemos. Eso requiere de condiciones de coordinación de los niveles territoriales del Estado para lograr un solo resultado, tomar en cuenta de manera responsable y alentar a los actores privados y sociales presentes en el territorio; que exista un actor público que garantice calidad de servicios, salubridad y ahora bioseguridad, y definitivamente, superar el bloqueo, mental y físico, como instrumento de lucha social.
Reitero, las ciudades intermedias y el turismo son, para Bolivia, los instrumentos social, económico, cultural y político que pueden ayudar a paliar y luego superar, las dificultades económicas de la población rural. ¡Empecemos con una taza de café de grano boliviano!