¿Cómo podremos lograr que el factor de desarrollo que acompaña a la tierra, pueda recuperar las pequeñas propiedades rurales sometidas a presión migratoria, dispersas en todo el territorio nacional, para transformarlas en unidades agrícolas integrales? ¿Cómo lograremos modificar la calidad de instrumento de especulación y de transacción política que actualmente tiene?
Estas preguntas nos enfrentan definitivamente al dato proyectado para el censo del 2032, en el que en Bolivia estará un 90% de la población viviendo en ciudades, y por ello, tendremos un millón de kilómetros cuadrados técnicamente sin masa crítica poblacional. ¿Qué vamos a hacer con ese territorio? Es más, ¿qué debemos hacer ahora para que el impacto no nos encuentre desprovistos de soluciones?
En el ámbito urbano, sin duda las necesidades son más concretas pues responden a concentraciones humanas que demandan con impacto político lo que necesitan y que si no lo reciben, la movilización social y la violencia suelen marcar el camino. Quienes vivimos en ciudades necesitamos contar con seguridad jurídica de nuestras propiedades, servicios públicos integrales y dignos, vivir en espacios inteligentes que nos ayuden a superar la tensión de la pandemia y nos ofrezcan la posibilidad de acceder a producción, consumo y oportunidades de trabajo. La planificación urbana del desarrollo y los servicios, la seguridad social y la actividad productiva, marcarán la vida de quienes vivimos en las ciudades.
La crisis mundial de la salud y la economía ha dejado en evidencia el ensanchamiento de la brecha entre las necesidades y la posibilidad de satisfacerlas, y la manera cómo los actores actúan. Los grandes consorcios privados y los estados que controlan los instrumentos relacionados a la salud y administran el conocimiento y el consumo, han logrado crecimientos económicos estratosféricos; por el otro lado, las necesidades básicas de una población que está agotando sus ahorros obliga a aplicar estrategias de urgencia para que la nueva normalidad venga acompañada de oportunidades. No será fácil lo que se viene y por ello, necesitamos agudizar el ingenio y la creatividad con instrumentos de desarrollo económico local ligados a las nuevas tecnologías y la conectividad.
En medio de las grandes corporaciones financieras y el poder de los estados, y las necesidades de la mayoría de la población, hay un grupo humano que todavía no encuentra su espacio en este mundo. Son jóvenes que manejan la conectividad, están siendo golpeados dolorosamente en su formación y no logran adquirir la independencia económica que les permita asumir su independencia plena. Los denominados Ni-Ni, ni trabajan ni estudian, permanecen más tiempo bajo la seguridad familiar con las dificultades de los cambios. Ahí hay una agenda urgente.
Y por el lado rural, resulta que la suma de categorías ligadas al desarrollo sostenible y la nueva ruralidad, pueden llegar a tener un valor expansivo de crecimiento en impacto y resultados si logramos relacionarlas inteligentemente entre sí. Eso es lo que está ocurriendo con el fenómeno del café, por ejemplo, desde lo productivo rural en su relación con las ciudades y las potencialidades del territorio. De toda la línea de producción agrícola, la ventaja del café desde el punto de vista pedagógico, es quien reúne sobre sí las mejores cualidades productivas, económicas y sociales por ser un producto mundial de consumo masivo y que puede servir de modelo para una lista larga de variedades agrícolas de excelencia que relacionan el esfuerzo humano por producir la tierra de manera digna.
En la recuperación del valor productivo de la tierra, podríamos lograr un escalamiento de la capacidad que tenemos actualmente, y pasar de la seguridad alimentaria básica a otra de soberanía alimentaria competitiva que permita dejar el lamento boliviano y revalorice las más de dos millones de propiedades agrícolas básicas que se dotaron con la reforma agraria y que no logran generar excedentes a sus propietarios.