La historia de los pueblos resulta siendo una combinación de acontecimientos que adquieren consistencia cuando los historiadores, los recuperan de la nebulosa del tiempo, los colocan en un orden, un contexto y les dan una interpretación. La Historia con mayúsculas está llena de historias y cada una de ellas va completando un relato que fortalece la narrativa nacional; cuando esa narrativa producto de consciencia colectiva se asume como cierta, adquiere la calidad de historia oficial. A veces, también, es el producto de la imposición y la fuerza, hasta que la relación cambie y viceversa.
Las historias oficiales pueden modificar las interpretaciones, no el acontecimiento fáctico; un personaje que en un determinado momento era un héroe, puede adquirir la cualidad de villano cuando la interpretación de lo que hizo, se lo analiza desde otra valoración triunfante. Estamos sometidos todo el tiempo a este ejercicio de colonización, poder e interpretación. El innegable suceso de la renuncia de Evo Morales es un ejemplo para entender esta teoría de la historia. La renuncia, hecho fáctico irrebatible, ¿fue producto del fraude o consecuencia de un golpe de Estado?
El encubrimiento y des-encubrimiento del ser en Martin Heidegger, lo “nuestro/nosotros” planteado por José Martí a la luz de las categorías de consciencia histórica de América adquiere una aproximación en el debate de los 500 años con Enrique Dussel por su aporte contra la descolonización cultural y el mito de la modernidad, como sistema civilizatorio blanco, patriarcal y burgués. No me cansaré de reconocer la solución extraordinaria con la que el pueblo mexicano se dio la respuesta expresada en la Plaza de las 3 Culturas de la Ciudad de México; en una placa de bronce respetuosamente se dice que “El 13 de agosto de 1521 heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortez. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”. Con esa lógica inteligente, no tienen necesidad de arremeter contra la nariz de ninguna estatua para resolver sus diferencias.
Esta reflexión plantea otra pregunta fundamental, ¿cómo superamos la descolonización sin caer en el mito? El mito, como sabemos, es el instrumento que en la antigüedad se utilizaba para plantear respuestas posibles a cuestiones inexplicables.
Vuelvo a situaciones aceptadas por la Historia Oficial. Las Republiquetas eran territorios controlados por grupos guerrilleros independentistas organizados entre 1811 y 1825 en la jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas. Estaban las Republiquetas de Ayopaya, de Santa Cruz, de Muñecas, de La Laguna, de Larecaja, de Valle Grande, de Cinti, de Tarija y la de Porco y Chayanta, desparramadas en las provincias coloniales que luego servirían de base para la constitución de los departamentos. Cada Republiqueta tenía una jurisdicción, una autoridad, un orden interno y asumía relaciones concertadas con las otras al buscar el mismo objetivo, la independencia del territorio del Alto Perú.
En estricto sensu, bajo esas condiciones, Bolivia debió haber nacido federal. La unidad de los departamentos como entidades político/administrativas otorgaron a la nueva república la posibilidad de una cohesión imprescindible para superar las pretensiones de Lima y Buenos Aires que no dejaban de ver este territorio como parte del suyo, como efectivamente en algún momento lo había sido.
Sin pretender la reivindicación de las republiquetas, superada hoy por la historia oficial con la república unitaria, la fortaleza de los nueve departamentos es la que sostiene a la república; esta es una situación no comprendida por los gobiernos centrales que, asumiendo una suerte de propiedad absoluta, desconocen el valor de las energías creativas de la gente que vive en los territorios. En situaciones de crisis como las que atravesamos, seguimos dependiendo de un modo central insensible y que se expresa con la misma lenidad y cualquier signo ideológico tengan, sea para comprar respiradores, plantas para fabricar oxígeno clínico o vacunas contra la pandemia.
El orden en las republiquetas estaba dado por la capacidad política de quienes las gobernaban, las cualidades productivas que cada una poseía, la especificidad geográfica diferenciada del territorio y el respeto existente entre ellas para resolver en conjunto, los problemas de todos.
Parece que debemos continuar des-encubriendo el tipo de relación respetuosa que debe existir entre los territorios autónomos con el gobierno central. Cuando está de por medio la vida y el desarrollo sostenible, se necesitan respuestas efectivas y oportunas que no están llegando. Y si bien esta situación es general, pienso en los departamentos de Chuquisaca, Oruro y Potosí que además de todos los problemas, tienen uno adicional por el proceso migratorio severo que sufren.