Los nueve departamentos de Bolivia tenemos nuestras fechas cívicas, de fundación y de grito libertario celebradas cada una de acuerdo con las realidades regionales. Normalmente sirven para desfiles patrióticos, discursos encendidos, reuniones, visitas de autoridades, presentaciones de pliegos petitorios y manifestaciones de incomodidad.
Desde hace muchos años se escucha repetir en diferentes lugares que “no hay nada que festejar”, “el centralismo no cumple sus responsabilidades pues llega con las manos vacías”, o “no existen recursos para atender todas las demandas”.
Ahora está incorporándose una variante relacionada a quién se invita o no, dando lugar a varias celebraciones simultáneas, por un lado, de las gobernaciones, por otra de los municipios capitalinos, y también, los empresarios y sectores productivos o sociales, cada cual, con sus listas propias. En definitiva, y más allá de las situaciones protocolares y farisaicas, vienen todos y están todos, cada uno con su cofradía, mientras la gente goza y se divierte.
Más allá de las anécdotas, la celebración de la última efémeride cruceña, el 24 de septiembre, ha servido para poner en evidencia algunas particularidades más elaboradas.
La ausencia por detención arbitraria del gobernador Luis Fernando Camacho, es una de ellas. Como también la evidente apertura del alcalde y de los empresarios privados, hacia el presidente Arce y el gobierno central. La aspereza de las palabras que dividen los afectos, y aquellas que reconocen la hospitalidad y la necesaria relación con el poder lo demuestran. Habrá que reconocer que el departamento, con más de cuatro millones de habitantes, que sostiene la economía alimentaria, industrial, productiva y exportadora, tradicional y no tradicional del país y recibe la masiva migración de bolivianos de todos los confines, exige la comprensión de claves que todavía no tienen carta de ciudadanía plena.
Esas realidades se manifiestan en los argumentos que escuchamos de quienes actúan en un sentido u otro, para justificar por qué sí, y fundamentar lo contrario. En una sociedad democrática, civilizada y pacífica, esas situaciones serían irrelevantes pues más allá de las legítimas diferencias ideológicas y políticas de autoridades elegidas por el voto popular, tendría que primar la condición de adversarios antes que enemigos, y en ese escenario, plantear los antagonismos.
Hay un elemento sociológico que debemos seguir profundizando. Una sociedad como la cruceña, de personalidad fuerte por la acumulación histórica, ciudadana, y su realidad geográfica y cultural, se encuentra presionada por la presencia de otras personalidades, diferentes a la propia, que confluyen en razón fundamental de una situación indiscutible, expresada en la oportunidad económica que representa el receptor. Y si, además de ese elemento material, existen aquellos que se acompañan de cuestiones lúdicas, festivas, simbólicas, gratificantes para el espíritu y los sentidos, la tolerancia y la apertura, como lo demuestra la experiencia mundial, podremos tener la posibilidad de una sociedad que se desarrollará más fuerte y creativa y crecerá a 400 metros sobre el nivel del mar, 30º de temperatura promedio y 75% de humedad, además de alguna lluvia de Dios y señor nuestro, y un surcito que pondrá a prueba las articulaciones.
Esas condiciones hacen que unos y otros, y todos, tengamos que establecer acuerdos y consensos sobre compromisos básicos. Facilitar que la gente trabaje y produzca no es una generosidad del poder, es una obligación ineludible cuya ausencia rayaría en la estupidez. Fortalecer institucionalidad y seguridad jurídica, se convierte en un instrumento imprescindible. Reconocer la existencia de estas realidades por quienes llegan, y actuar creativamente por quienes ya estamos, termina siendo una condición de cohesión social, respeto y tolerancia. Y nos permitirá en las próximas ferias, competir con genética del primer mundo en el sector pecuario, y degustar la marraqueta paceña que se impuso porque la gente quiso comprarla.
Estamos avanzando hacia una sociedad más humana, a pesar de quienes buscan la confrontación. La realidad lo demuestra.