Extraño a José Ortiz Mercado, Agustín Saavedra Weise, José Mirtenbaum Kniebel, Joan Prats Catalá, Isaac Sandoval Rodríguez y Plácido Molina Barbery, por la misma causa y por diferentes razones. En su orden, conceptualizador de sistemas estatales y sus relaciones económicas, geopolítico, estudioso del alma de los pueblos, desentrañador de la gobernabilidad democrática, interpretador de la historia, y constructor de imaginarios culturales, y que, en esa suma de potencialidades, cada uno expresaba la visión global de lo que ocurría en el mundo explicándolo des12de la cuestión nacional; dos de ellos cancilleres y los seis, investigadores comprometidos.
Para seguir el trabajo y por razones obvias y suficientes, hoy acudimos al internacionalista Gustavo Fernández Saavedra, al sociólogo de América Latina Fernando Calderón Gutiérrez, al gestor mundial de economía Enrique García Rodríguez, al interpretador de los ciclos económicos Carlos Toranzo Roca, al proponente de un nuevo pensamiento social Álvaro García Linera, al planificador estratégico Oscar Serrate Cuéllar y al hacedor y filósofo Roberto Barbery Anaya. Necesitamos que las obras de los que se fueron y la experiencia y palabras de quienes están, nos ayuden a desentrañar los intríngulis que complican la existencia por su complejidad y volumen en sus dimensiones materiales, espirituales y filosóficas. Más allá de mi voluntad, no hay mujeres en la lista.
Voy a ensayar las cuestiones sobre las que necesitamos cuestionar a nuestras certezas.
La construcción del imaginario y la narrativa nacional que sigue a la Guerra del Chaco, la Revolución de 1952, la recuperación democrática del 10 de octubre de 1982 y el proceso que se inicia en enero de 2006, requieren de una reconceptualización dialéctica, una propuesta interna que enamore, se complemente con nuestra ubicación en el concierto de las naciones y considere el reinicio de relaciones diplomáticas con Chile.
Como hemos comprobado, las rupturas y las imposiciones, no funcionan.
La sociedad boliviana, descentralizada, autonómica e integrada por sujetos individuales, colectivos y plurinacionales, se mueve migratoriamente del campo a la ciudad con abandono de áreas rurales, cuestionando su sistema de gestión, lejano y corrupto; mientras, existen 2.300.000 unidades productivas, pequeñas y medianas, tituladas y saneadas en los 9 departamentos, con posibilidades de producir competitivamente. Como parte de nuestra impronta, seguimos practicando el bloqueo, y el lamento boliviano no alcanza para dar respuesta a 256 municipios con población menor a 20.000 habitantes sometidos a presión migratoria y que se vacían a las capitales.
El bono territorial y poblacional, y la conectividad que ya es universal, pueden ser oportunidades si entendemos las dinámicas sociales, cultural y económicas del mercado, nacional e internacional. Y si, junto con la comprensión de reglas competitivas del comercio y sus claves inexorables, reconocemos que ellas se manejan fuera de nuestras leyes y decretos, tenemos turismo, café, quinua, maíz, haba, trigo, cebada, amaranto, asaí, chocolate, castaña, almendra, productos que el mundo necesita y nosotros podríamos ofrecer. Para llegar a ello, requerimos construir un acuerdo bajo premisas de respeto a la democracia, el Estado de derecho, la diferencia cultural, cohesión social y justicia, superando la violencia interpersonal, social, estatal y del narcotráfico, con la que peligrosamente nos estamos acostumbrando a vivir.
La irrupción de lo urbano, las dinámicas de ocupación y explotación sostenible del territorio, las capacidades productivas, los factores generadores de excedente económico y simbólico, las exigencias del cambio climático y la existencia de mujeres y una generación de jóvenes bochincheros, ya son nuevos actores globales. Y en nuestras relaciones internas, toca aceptar que Santa Cruz y El Alto no habían estado nunca como en este momento, más cerca de administrar la matriz del desarrollo nacional.
Poblaciones separadas por distancia física y diferencias culturales e ideológicas sostienen sin embargo la actividad productiva, comercial e innovativa más grande de Bolivia, mientras se enfrentan con el autoritarismo gubernamental. Quienes viven en Santa Cruz y El Alto, trabajan, producen con su esfuerzo y deben el progreso a su capacidad; resulta que, respetando las diferencias y sin saberlo, manejan las mismas claves de desarrollo y que, por ello, podrían establecer otro tipo de relacionamiento para que gane el país.
La complementariedad territorial en el mapa nacional, se logrará integrando el norte, Riberalta/Cobija, y el sur, la ciudad de Tarija. El espacio del centro, como lo fue históricamente, sería para la producción interna.
Con mente abierta y desprejuiciada, seamos parte de esta realidad geopolítica que ya discurre sin que nadie lo haya dispuesto.