Cuando escucho decir que la política en Bolivia parece un Carnaval, me doy cuenta el poco conocimiento que se tiene de tan insigne festividad. No existe un acuerdo nacional que movilice de manera tan perfecta a la gente de todos los pueblos, que en todos los sones en los que se expresa nuestra música, multiplique la cadencia de ritmos republicanos, criollos mestizos, indígenas y originarios. La disputa entre oriente y occidente esta vez es por la alegría, y la reconciliación final ha venido cuando Los Piratas cruceños han entregado su casaca a un trompetista orureño que hoy es presidente. Para entender el gesto, sería como que Felipe Quispe fuera elegido presidente del Comité pro Santa Cruz, o que Branco Marinkovic sea designado Apu Mallku de todos los suyos y marcas de la plurinacionalidad.
En este tiempo, todas las cosas y relaciones alcanzan el orden perfecto. Se impone la mezcla de bebidas espirituosas, los platos vernáculos, los abrazos indestructibles del afecto, la siembra de los prestes y compadrazgos, se multiplican convites, corsos y peregrinaciones. En tres días de regocijo se escuchan las bandas y orquestas de bien que hacen olvidar crisis y dificultades. La ambición descansa y las calles y caminos se convierten en pistas de jarana virtuosa y pendenciera de mascaritas con pepinos. El amor se multiplica en relaciones de circunstancias, y de manera prudente y espiritual, se distribuyen preservativos por toda la faz de nuestra geografía.
Hay un acuerdo tácito de suspender beligerancias y confrontaciones, similares a las prácticas de otros cultos distantes, y ningún exceso merece crítica ni censura. La autoridad se traslada a las asociaciones, comparsas y cofradías que se inclinan devotos ante imágenes sincréticas y milagrosas. Ya vendrá el Miércoles de Ceniza para volver a ser nuevamente mortales. Si la política aprendiera.
Carlos Hugo Molina El Deber.