El mundo atraviesa la prueba más complicada, por su carácter global y absoluto, en la historia de la humanidad. Nadie puede sustraerse de las consecuencias sanitarias y la crisis de la economía que les llega a los Estados, los gobiernos, las empresas, los trabajadores, la familia y a las personas. Si es verdad lo que está ocurriendo en el mundo, algo debemos hacer distinto si no queremos vernos atropellados por los acontecimientos.
Los que vivimos en un edificio sabemos que si se presentara una emergencia por incendio y estamos debatiendo el color que queremos pintar la fachada, obviamente que la prioridad del debate deberá dirigirse a la urgencia, y cuando ella esté resuelta volveremos a la importancia de lo cotidiano.
Cuando revisamos los titulares de prensa y constatamos los temas que agitan nuestra vida en sociedad, parecería que existe una confusión sobre las urgencias. Esta situación se está dando en todos los ámbitos de nuestras relaciones y no resulta maduro seguir ese camino.
Dejemos sentado nuevamente que es imposible desconocer los efectos de angustia que genera la pandemia y las urgencias económicas en las que nos debatimos todos los que no somos funcionarios públicos. Si esto es cierto, ¿cómo es posible que sigamos en mezquindades y chicanerías?
Sin orden de importancia y elegidas al azar, nos encontramos con la realización de campañas políticas que desconocían las condiciones básicas de bioseguridad, en momentos de picos de crecimiento de los contagios. Hace un par de meses fuimos sorprendidos por la noticia del incendio de domos turísticos en el salar de Uyuni cuando estamos en campaña internacional por el reposicionamiento del turismo boliviano como una oportunidad de desarrollo. ¿Cómo se explican las autorizaciones para ejecutar quemas denominadas controladas en la Chiquitanía y no se hace nada contra aquellas otras ilegales que multiplican los focos de calor, ambas en plena sequía?
¿Hasta cuándo los detentadores del poder seguirán en esta agenda de ofender nuestra racionalidad con su lista de confrontaciones, juicios, persecuciones, enfrentamientos que nada tienen que ver con la crisis de la salud y la economía? ¿Es que no existen problemas suficientes y entonces hay que provocar otros, con los productores de coca de Yungas, por ejemplo? ¿Hasta cuándo deberemos seguir escuchando provocaciones discursivas que generan respuestas del mismo talante, en quienes dirigen nuestra vida política nacional y territorial? ¿Es que no se dan cuenta esas autoridades el ridículo en el que están cayendo en un momento que necesitamos estadistas y no peleadores callejeros?
En la agenda de necesidades impostergables está el enfrentar la solución del problema de una justicia que no le sirve a nadie en estas condiciones y que abandona su independencia frente a la majestad del poder que le garantiza su continuidad. ¿Hasta cuando continuarán demandando atención los productores de todo el país para recibir un apoyo que ayude a ganar mercados competitivos? ¿Cuándo las gobernaciones y gobiernos locales se convertirán de verdad en agentes promotores de desarrollo y no de peleas políticas y confrontaciones partidarias?
Quienes acompañamos las acciones que se desarrollan en los territorios de nuestra patria, encontramos un listado largo de esfuerzos que realizan los actores que viven en ellos por encontrar respuestas. La producción de café, miel, cacao, chía, almendra, quinua, amaranto, asaí, sumada a la producción industrial de minerales, hidrocarburos, soya, carne, azúcar, alcohol, pueden ser una solución real si las volvemos políticas públicas. Lo mismo que el turismo que puede abarcar la totalidad del territorio nacional, que inexorablemente se ve abandonado de población por una actitud negacionista de la migración.
Alentemos las voces que planteen integración, reencuentro, pacificación y pongamos en ridículo a los que, asumiendo la propiedad de nuestro futuro, pretenden llevarnos donde no queremos ir. Nuestros líderes deben entender que esto no se resolverá con peleas de gallo viejo, ni en la metáfora ni en la realidad.