La propuesta inicial de esta narrativa que se repite como gota hasta que horade la piedra, era muy simple; se proponía generar un empoderamiento del extraordinario grano de café boliviano para que lo elijamos a la hora de tomarnos una taza, y que este hecho, pudiera generar un incremento de la capacidad productiva de nuestro territorio, y finalmente, que el excedente económico y simbólico que producirían sus aromas perfumados y sensuales, unidos al turismo, pudieran mejorar la calidad de vida de los habitantes de las zonas rurales bolivianas, sometidas a gran presión migratoria.
Llegamos al café como resultado de una investigación de ocho años anteriores que se había enfrentado con la migración y el despoblamiento rural, la necesidad de ofrecer una alternativa de desarrollo territorial en torno a ciudades intermedias, que aprovechara la cohesión social que produce el turismo y la seguridad alimentaria, y que tenía en la producción del café, el modelo perfecto. Necesitábamos graficar un proceso integral que planteara un ciclo virtuoso y planificado de siembra, cuidados culturales, cosecha, secado, almacenamiento, tostado, envase, unido a exigencias de calidad, altísima competitividad de mercados y consumidores internacionales, exigentes y demandantes. Para enriquecer el imaginario, luego de evaluar sus características básicas, se completó con una visita de campo al Paisaje Cultural Cafetero de Colombia, donde cerramos el círculo.
Debo reconocer que el resultado de este proceso ha sido mayor al que inicialmente suponía y luego de un año de trabajo de campo sistemático y persistente, los hallazgos son enriquecedores.
La pregunta inicial de “¿y sólo café?”, se fue respondiendo sola pues alcanza a cuanto producto de la tierra recupere la noble relación productiva con el amaranto, chía, asaí, chocolate, miel, almendra, quinua, auquénidos… El café, repito, grafica de mejor manera el carácter pedagógico de la propuesta y demuestra las modalidades que pueden servir para recuperar la capacidad productiva de nuestra tierra Queda claro que la producción de café, y de cualquier otro producto agrícola de características similares, no podrá competir con la producción de marihuana, opio, coca excedentaria o cocaína, pero sin lugar a dudas, incorporará una opción digna para quienes quiera producir y aportar con alimentos en un momento que el mundo entero los necesita.
Estamos comprobando, con asombro, la cantidad de emprendimientos existentes en torno al café en todos los departamentos, los actividades económicas, lúdicas, gastronómicas y turísticas que se van consolidando. Hay una suerte de aire fresco que se repite y que hace suponer la siembra de una esperanza si se acometiera de manera responsable e integral. La presentación del libro que acompaña la investigación, “Un cafetal del tamaño de Bolivia”, realizada en Santa Cruz, La Paz, Tarija y Buena Vista, la presente semana en San Ignacio de Velasco y la siguiente en Cochabamba, despierta curiosidad por la respuesta que genera.
Con los ojos y el corazón abiertos, seguiremos en esta propuesta, recibiendo y demostrando, la potencialidad que se esconde en ese grano aromático lleno de sabor, ternura, esperanza y dignidad.